Por fuera pasa desapercibido, pero en su interior contiene enseñanzas imperdibles. Pasen y vean el fantástico mundo de una de las religiones orientales más respetadas en nuestro país.
No robar, no matar, no mentir, calumniar o maldecir, abstenerse de conducta sexual inadecuada, abstenerse de consumir intoxicantes...Cinco preceptos que se rompen todos los días, cinco preceptos que mucha gente intenta seguir, cinco preceptos que dijo Buda.
En China se practican numerosas religiones casi desconocidas para los occidentales, aunque hay una que despierta más curiosidad que el resto: el budismo.
Entrar a un templo budista es una experiencia que no puede dejar de vivirse. Uno siente que se traslada a otro mundo, a un lugar en el que nunca estuvo y en el que quiere volver a estar. El Barrio Chino de Belgrano oculta secretos fascinantes de su cultura, pero una parada obligada es el templo Chong Kuan, en Montañeses 2175.
En la entrada, el recibimiento lo da una simpática señorita oriental, que, sin mala intención, busca en las personas que acceden “una cara conocida”. Es que el lugar –explica con un español algo forzado- “es un espacio sagrado, en el que no se permiten cámaras ni grabadoras”.
Las grandes estatuas doradas que representan a Buda y a Kuan Shin impresionan por su tamaño y cantidad, pero sobre todo, por la solemnidad. Hace pensar que el mínimo movimiento podría manchar tanta pureza y pulcritud. El simple hecho de tener que quitarse los zapatos en la entrada requiere un esfuerzo del desprevenido visitante por comprender lo que está ocurriendo.
Con increíble concentración y ataviada con jsaichjin (túnica negra), parece salida de una película de monjes tibetanos. Cabeza rapada, con una trenza larga que se pierde entre el vestido, la educadora Tzau-Tzan, una porteña que comenzó a interesarse y a leer sobre budismo hace unos quince años, se apiada de la gente que, temerosa, no se anima a dar sus primeros pasos dentro del templo e invita a pasar. Con gran serenidad, cuenta "Yo estaba casada, y cuando mis hijos llegaron a la edad de estar solos, los dejé al cuidado de su papá y me fui a Taiwan por cinco años para estudiar. No me interesaba seguir haciendo experiencia de laica, siempre me atrajo la idea de vivir fuera de la sociedad y desde ese lugar adopté el budismo como forma de vida".
Una vez adentro, unos almohadones en el piso animan a acomodarse para escuchar a la maestra, té mediante, en un aprendizaje en el que los mensajes de Buda son sabios y únicos: “Aceptad mis palabras sólo y después de haberlas comprobado vosotros mismos; no las aceptéis simplemente por la veneración que me profesáis”.
“El Budismo no es una religión que se acepta ciegamente de una vez por todas; tiene que ser comprendida y constantemente investigada”, cuenta Tzau-Tzan. Lo extraño es que al oír semejantes afirmaciones, uno adhiere instantáneamente tal filosofía, aunque también suena utópico cumplirla en los tiempos que corren.
Pero ¿Dónde, cómo y por qué se originó el budismo? Hace aproximadamente 500 años antes de Cristo, Buda nació en un palacio de la India, era un príncipe que no conocía de desgracias y un día que vio que mucha gente estaba lejos de vivir como él, “pensó que una persona no tenía que pasar sufrimiento, pensó que quería cambiar las cosas, para encontrar una forma de cambiar la vida. Entonces el dice que si una persona todos los días tiene la mente tranquila, después hace las cosas mas buenas, tiene muchos pensamientos para hacer mejor las cosas, puede encontrar mejores pensamientos para la vida”, explica la maestra, no sin cierto apasionamiento.
En el Chong Kuan también hay sesiones de meditación en una sala donde reina el silencio, iluminada solo por una luz tenue y sugerente, entre olores a incienso y bajo la mirada benévola de los Budas dorados, custodiados por dos guerreros de cerámica -colocados para evitar que los malos espíritus entren al templo y molesten a los fieles-, que congrega los fines de semana a una buena porción de aficionados –y no tanto-.
El relato de nuestra experta prosigue, sin decaer en su entusiasmo: “También tenemos nobles verdades, una de ellas es que el sufrimiento tiene una causa, y que para acabar con el sufrimiento hay que extinguir la causa. En Buda es muy importante causa-efecto. Todas las cosas tienen una causa y un efecto. Por ejemplo, si usted en esta vida siempre roba, en la vida que viene es muy pobre”.
La calle Arribeños, a lo largo de dos cuadras, parece marcar el límite actual del Barrio Chino. Pero cien metros más allá, disimulado entre altos jacarandaes, se levanta este templo del que, al retirarse, las ganas de volver invaden cuerpo y alma.