(Originalmente publicado en www.revistamagna.com.ar) En la publicación de la Real Academia
Española aparecen cada vez más modificaciones, algunas razonables pero la
mayoría de ellas casi “inadmisibles” para los amantes del idioma.
Por Marisol González Nazábal | mgonzaleznazabal@revistamagna.com.ar
“Las lenguas cambian de continuo, y lo hacen de modo
especial en su componente léxico. Por ello los diccionarios nunca están
terminados: son una obra viva que se esfuerza en reflejar la evolución
registrando nuevas formas y atendiendo a las mutaciones de significado”. Estas
son las palabras que pueden leerse en la versión digital del Diccionario de la Real Academia
Española a modo de presentación. Y vaya si la institución cultural está atenta
a esas “mutaciones” que a veces nos parecen “aberraciones”.
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Muchos se resisten a las nuevas reformas de la RAE. Imagen:
bapetawa.wordpress.com
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De esta manera, por el Diccionario de la RAE desfilan cada vez más
anglicismos, neologismos y cambios en las reglas ortográficas que harían
sonrojar a los más conservadores de nuestra lengua, tantas veces abofeteada por
las nuevas tecnologías y las expresiones de las últimas generaciones.
Muchos se resisten a las nuevas reformas de la RAE. Imagen:
bapetawa.wordpress.comPara empezar a hablar, podríamos traer a colación una
incorporación cuasi escandalosa. Nos estamos refiriendo a la de la palabra
“alverja” como sinónimo de arveja y a la de “güisqui” como adaptación gráfica
de la voz inglesa whisky (o whiskey, en su denominación irlandesa y americana).
Y cuando pensábamos que las cosas no podían ponerse peor nos topamos con el
término “toballa” como una manera alternativa de llamar a la toalla. Es como si
los académicos se esforzaran por agregar a su obra todo aquello que es
considerado erróneo en vez de insistir en que las personas se amolden a lo que
es “correcto” para la institución. Como si no quisieran quedar anticuados.
Tiempo atrás, el diario madrileño El País publicó una
entrevista realizada a Salvador Gutiérrez Ordóñez, lingüista español y miembro
de la Real Academia
Española (RAE). La particularidad de la misma residía en que los internautas
tenían la posibilidad de realizarle las preguntas y quienes participaron no
dudaron en hacerle toda clase de planteos en referencia a las modificaciones a
las que venimos haciendo referencia.
Una pregunta muy interesante hizo la usuaria Ana: “¿Por qué la Academia es, en
ocasiones, tibia? Cuando desaconseja escribir ‘exágono’, es decir, hexágono sin
h, pero no lo señala como incorrecto, por ejemplo. ¿No cree que admitir ambas
opciones, aun prefiriendo una, ayuda a perpetuar la incorrección?”. A esto,
Gutiérrez Ordóñez le respondió que en la incorporación de determinadas palabras
al Diccionario manda el uso y que si en el uso de los escritores cultos se
registra una doble grafía, este incorpora las dos formas. Para finalizar,
agregó que “en muchos aspectos la labor de la Academia no es la de
condenar, sino la de orientar y encaminar los usos en determinada dirección”.
Esto último respondería de alguna manera a aquello que nos preguntábamos más
arriba pero siempre queda la duda de si ponerse firme y mantener ciertas convicciones
no sería mejor.
Por su parte, la usuaria Noelia le expresó al lingüista su
opinión de que es “injusto” que procedan a cambiar las reglas ortográficas
“puesto que durante años hemos tenido que aprender todas las normas y reglas
aplicadas, y ahora ya no sirven de mucho”, cuestionamiento que a Gutiérrez
Ordóñez le pareció “común y razonable”.”
La última pregunta de la entrevista la realizó el usuario
Adharira, quien puso entre signos de pregunta el hecho de que la lengua se
someta al yugo de una sociedad que a veces involuciona. Ante esto, el
catedrático expresó que “la lengua pertenece a los hablantes y son los
hablantes quienes en un plebiscito diario y continuo van aprobando los cambios
sufridos por su lengua. Las lenguas son los organismos más democráticos de toda
la cultura humana. Los organismos como las academias, diccionarios… tratan de
orientar los usos, pero la decisión final siempre corresponde a los hablantes.”
Continuando con los ejemplos de más arriba, la
“castellanización” de términos no se detiene en el Diccionario de la RAE y ha decidido que el
CD-Rom sea ahora el “cederrón”. Si bien en la pronunciación la palabra no
cambia, la forma de escribirla parece ahora de otro planeta. Lo mismo ha
ocurrido con “sexi” (sexy), “mánayer” (manager), “castin” (casting) “pircin”
(piercing) y “espray” (spray).
Los que usan habitualmente el sitio rae.es sabrán que hay
muchos artículos que ya han sido enmendados y que permiten de esta manera
anticipar los muchos cambios que contendrá la vigésima tercera edición del
Diccionario. Así, si buscamos la palabra “calor”, veremos las siglas U. t. c.
f. que significan “Utilizado también como femenino”, es decir que uno puede
decir tanto “el calor” como “la calor” y ya no podremos corregir a las
abuelitas que lo han dicho de esta manera desde siempre.
Las quejas a tanta modificación se hacen escuchar también a
través de las redes sociales. Por ejemplo, el grupo de Facebook Contra la
reforma ortográfica de la RAE
introduce a su comunidad diciendo “Hay cosas que podemos dejar pasar, pero
nunca jamás escribiremos guión sin tilde!”. Gracias a ellos hemos descubierto
que los hispanohablantes ya no debemos escribir con mayúscula inicial las
fórmulas de tratamiento y los sustantivos que designan títulos y cargos, y
poner sencillamente “el rey” o “el papa”, mientras que si nombramos a un
personaje de ficción como “Caperucita Roja”, “Harry Potter” o “Mafalda” sí
debemos hacerlo.
Estas acepciones se encuentran prescriptas en el capítulo
dedicado a las minúsculas y las mayúsculas en la nueva edición de la Ortografía, elaborada
durante ocho años por las veintidós Academias de la Lengua Española,
entre las que por supuesto se encuentra la RAE.
En la obra se explica que debido a “la rapidez y economía”
que demandan los foros, chats y mensajes móviles se considera válido prescindir
de las mayúsculas. De esta manera, también irán con minúscula los sustantivos
que designan títulos nobiliarios, dignidades y cargos (ya sean civiles,
militares, religiosos, públicos o privados).
Para terminar de espantar al lector, le contamos que también
se han incorporado al Diccionario palabras como “obrón” para designar a una
obra de gran envergadura, “asín” como sinónimo de así, “cultureta” para
referirse a una “persona pretendidamente culta” y “curaltodo” cuya definición
es “medicina o remedio para cualquier enfermedad”.
¿El diccionario dejó de ser un “mataburros” para convertirse
en una especie de reflejo del vocabulario de moda? ¿Qué opinan? Creo que, en
este caso, lo ideal sería mantener firmes las tradiciones de un idioma tan rico
y sofisticado como el nuestro y no dar cabida a la cosa popular que tanto mal
le ha hecho a nuestros textos pero, sobre todo, a nuestros oídos.