Fatalistic girl

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Monday, July 30, 2018

Un deporte peligroso (Marrakesh, Marruecos) | Por Marisol González Nazábal

06:11 hs. El aḏān me sacó de mi sueño. Este canto interpretado en árabe por el almuédano a viva voz convoca a los fieles del Islam a la oración obligatoria o salat. A través de megáfonos repartidos por toda la ciudad, su llamado es ineludible y se repite cinco veces durante el día. Mientras los musulmanes se encontraban realizando la Salat Al Fayr u oración del alba, yo me dirigía adormilada al lavatorio a quitarme las lagañas. Un espejo árabe de dorada alpaca me devolvió mi cara, salpicada de algunas pequeñas pústulas que le atribuí a las especias de oriente que ahora formaban parte de mi dieta. Las paredes beige revestidas en cal le daban al baño un aspecto frío pero elegante. Sobre la bañera de estuco había una pasta oscura que, asumí, era jabón. Su color y forma intrigaron a mis sentidos, acostumbrados a ver y oler barras blancas con perfume de rosas. La acerqué a mi nariz y descubrí enseguida el aroma de las aceitunas negras. Una vez bajo la ducha, me la apliqué en el cuerpo pero noté que no hacía espuma, por lo que deduje que quizás su uso era otro. Más tarde Aisha, la amable mujer que hacía las veces de recepcionista en el riad -aunque también se encargaba de la cena y del aseo de los cuartos- me contó que se aplica luego del baño para exfoliar la piel.
       Elegí los jeans holgados y las zapatillas Adidas, salí de la habitación y me acomodé en el patio del riad BB Marrakech para desayunar. Tomé un khubz, lo unté con manteca y disfruté de un jugo de naranja recién exprimido. Todo sabía delicioso, lo mismo que mi plan para ese día, ya que iba a visitar la Medersa Ben Youssef  y la famosa plaza Jamaa el Fna. Repasé por última vez los caminos que debía tomar para llegar a ambos lugares y decidí que iba a ir a pie. Engullí un trozo de jamón y saboreé mi café con cardamomo aguantando, no sin esfuerzo, ese regusto dulce y resinoso que persistió en mi boca un buen rato. Admiré el alegre recinto, con su estructura de vieja casona. El patio era el centro de aquella casa de huéspedes que no debía tener más de diez habitaciones. La fuente blanca decorada con venecitas de un verde brillante parecía ir a juego con los pequeños tajines de mi mesa, que momentos atrás refugiaban las mermeladas de calabaza y dátiles. Las arcadas que recuerdan a las mezquitas y los muros de tonos que evocan a la tierra y al desierto me sumergieron aun más en la atmósfera local, así que sin demora salí a la calle.
       Admiré el azul ensoñador del cielo y confirmé aliviada que había elegido el atuendo ideal para aquella temperatura tan agradable, propia de la estación de las flores. Comencé a andar por la transitada Rue Koutoubia y experimenté la sensación de estar en otro planeta. Uno de largas túnicas y de infusiones sin prisa. Mientras los hombres se relajaban en los bares y conversaban ahogados en nubes de humo, las mujeres caminaban como negros fantasmas debajo de sus niqabs. A algunas ni siquiera pude verles los ojos. Más aún, ni siquiera un ápice de piel. Sus guantes y lentes de sol oscuros terminaban la tarea del vestido, la de cubrir. No conocí su rostro, ni supe su edad. Tampoco si eran buenas personas. Pero me apiadé de las pobres criaturas que yacían debajo de aquellas telas. Solo las imaginé incineradas, sucumbiendo al sol del mediodía.
       Mientras intentaba hacer contacto visual con alguna de ellas sin suerte, sentí un pequeño correteo a mis espaldas. Los vellos de la nuca se erizaron al notar que los pasos venían hacia mí. Una voz sibilina pronunció palabras que no entendí en mi oído derecho, al tiempo que sentí una barba rozar el hombro. Era como si una culebra se deslizara por mi cuello con su lengua viperina, lista para enroscarse en él y darme muerte. Las frases salían hoscas de la garganta de aquel extraño, que me abordaba con un tono sensual y a la vez repugnante. Su aliento fétido parecía impregnarse en mi cabello. Para quitármelo de encima, crucé la calle. Mis mejillas hervían de sangre. Ante la incredulidad por lo sucedido, se me atravesó la idea de que podía llegar a ser un conocido. Volteé a mirar y aun estaba allí, de pie en la esquina del Souk Laksour. Por supuesto, nunca antes había visto a ese hombre. (CONTINUARÁ)

Sunday, July 29, 2018

Literalidad | Por Marisol González Nazábal


"Deséalo tanto, tanto, tanto que a la vida no le quede más remedio que dártelo", leyó por ahí. Deseó explotar de felicidad. Y explotó.


(Microcuento ganador del tercer premio del certamen internacional “Hacia Ítaca 2018” otorgado por el sello editorial Lágrimas de Circe en el marco del Festival Internacional de Poesía MardelFIP celebrado en marzo de 2018).

Sfumato | Por Marisol González Nazábal




Aquel rompecabezas le había tomado medio año. Noches enteras pasó echado encima de un cartón que hacía las veces de mesa. Cuando vio casi terminado su trabajo, se entusiasmó y continuó formando la figura tan bien conocida. Con horror, descubrió que la última pieza no estaba. De repente, el curso de la historia del arte cambió: la Mona Lisa ya no sonreía.

(Microcuento ganador del tercer premio del certamen internacional “Hacia Ítaca 2018” otorgado por el sello editorial Lágrimas de Circe en el marco del Festival Internacional de Poesía MardelFIP celebrado en marzo de 2018).